Inicia la temporada de invierno con una comida en la Casa de los González Peña. El anfitrión nos recibe con un menú de bebidas fuertes y espirituosas, acompañadas de algunas recomendaciones para el beber y un código de conducta para el borracho potencial: una tarjeta amarilla para cuando el acompañante se está pasando de copas y la roja cuando comienza a decir sandeces. Y es que es difícil mantenerse sobrio en una casa donde el bar se equipara al que tiene un hotel de cinco estrellas y el barman parece que fue entrenado en la mejor escuela de someliers de Nueva York. Es por eso que el anfitrión toma sus precauciones y nos advierte, con toda razón, que nuestras borracheras no son responsabilidad de la casa, sino únicamente de el que empina el codo y su consorte que no le marca el alto.
Ya con el guarache puesto, todos empezamos a hincarle el diente a las botanas –una muy rica, por cierto, el picadillo de encurtidos me proporcionó durante la noche una ligera sensación de infarto al miocardio que sólo fue una falsa alarma. Cacahuates de Virgina vinieron después y ya en la mesa degustamos una crema de cilantro y espinaca y como plato principal, nada más y nada menos, que un pescado a la sal acompañado de papas al gratín y ensalada de lechuga con aderezo de ajonjolí. Muy rico la verdad, preparado con pericia por Mariza y mejor servido por Don Ferdi, su marido. Y es que esta excelente comida vino a cumplir cabalmente con el articulado del reglamento que obliga a cada socio a preparar, por lo menos una vez al año, una comilona de tres platillos originales que no figuren en la carta de los restaurantes de la localidad. Ya en la sobremesa, las papilas gustativas habrían de solazarse sobre un postre de yogur con mango muy rico que se sirvió para aderezar los temas de conversación que oscilaron desde la eutanasia, el uso de maderas preciosas, el tamaño de los terrenos en Cerritos, hasta rematar con una clase de bienes raíces que muy doctamente impartió nuestra amiga Paty García Félix. El que esto escribe con todo el resto de la membresía felicitamos a nuestros amigos por tan espléndida comida y tan simpática velada.
Ya con el guarache puesto, todos empezamos a hincarle el diente a las botanas –una muy rica, por cierto, el picadillo de encurtidos me proporcionó durante la noche una ligera sensación de infarto al miocardio que sólo fue una falsa alarma. Cacahuates de Virgina vinieron después y ya en la mesa degustamos una crema de cilantro y espinaca y como plato principal, nada más y nada menos, que un pescado a la sal acompañado de papas al gratín y ensalada de lechuga con aderezo de ajonjolí. Muy rico la verdad, preparado con pericia por Mariza y mejor servido por Don Ferdi, su marido. Y es que esta excelente comida vino a cumplir cabalmente con el articulado del reglamento que obliga a cada socio a preparar, por lo menos una vez al año, una comilona de tres platillos originales que no figuren en la carta de los restaurantes de la localidad. Ya en la sobremesa, las papilas gustativas habrían de solazarse sobre un postre de yogur con mango muy rico que se sirvió para aderezar los temas de conversación que oscilaron desde la eutanasia, el uso de maderas preciosas, el tamaño de los terrenos en Cerritos, hasta rematar con una clase de bienes raíces que muy doctamente impartió nuestra amiga Paty García Félix. El que esto escribe con todo el resto de la membresía felicitamos a nuestros amigos por tan espléndida comida y tan simpática velada.