Jan Mandyn, Harlem; Flandes. Festín Burlesco. Óleo sobre madera de roble. Museo de Bilbao. C 1550
Quienes integramos El Convite, Club Gourmet, grupo gastronómico fundado en diciembre de 2003, les damos la más cordial bienvenida a nuestra página, en la que registramos nuestras actividades gastronómicas, orientadas siempre al disfrute de la buena comida, la recreación de algunas tradiciones culinarias y la convivencia de sus asociados

17 de octubre de 2017

Los colores del otoño

Llegó el mes de octubre y con él se presentó también el cambio de estación. En latitudes más septentrionales que la nuestra, esto se hace evidente en el cambio de color de las hojas de los árboles y en su posterior caída. En nuestra calurosa y espinosa selva baja caducifolia esto nunca ocurre, pero eso no significa que no se pueda evocar el espíritu de esta estación bajo otras formas; como de hecho lo hicieron nuestro amigos Paty y Oscar, al invitarnos a una comida en su domicilio que tenía precisamente como tema, los colores del otoño.

Como es su costumbre, la recepción a los invitados fue muy buena y a pesar de que el casero tenía una dolencia en alguna muela de la mandíbula superior, no dejó por ello de atender a la concurrencia sirviendo de botana un rico queso madurado en su casa, cacahuates traídos exprofeso de un rancho sonorense llamado el Chinal y aceitunas verdes, acompañados de agua de mandarina y tepache. Ya sentados a la mesa, lo primero que notamos fue que la vajilla y todos los platillos que se sucedieron en esta comida, cumplían con el tema otoñal porque tenían alguna nota de color naranja o amarillo.

La entrada fueron unos tacos dorados rellenos de camarón seco que estaban simplemente exquisitos. Valía la pena repetir porque estaban hechos con precisión en la fritura, camarones concentrados de sabor y aderezados con una salsa verde que casaba muy bien. Luego se sirvió una chuleta de cerdo cocinada a fuego muy lento, lo que tuvo como consecuencia que se acentuara su sabor, acompañada de ensalada de espinaca con durazno y un puré de papa con perejil, o al menos eso creo que era, el cual se disolvía en la boca de lo bueno que estaba. Para terminar, los caseros sirvieron como postre un apfelstrudel que por su tamaño no cabía en la mesa. Todos los conviteros lo palomearon, unos bebiendo café y otros con una taza de té en la mano. Y aquí hago una pausa para darles un consejo: si alguno de ustedes quiere obtener un strudel como éste sin que le cueste un centavo, entonces deberá aceptar una invitación a salir a rodar con la Cleta pastelera que lo elabora. Es más, hasta unas galletitas de arándano con coco les regalará para que aguanten el ajetreado ritmo que ella le imprime a la bicicleta.

Por último, sólo nos resta agradecer a los Lozano Ibarra, Oscar, Paty y Diego por esa espléndida comida. Hasta la próxima cita, cualquiera que esta sea.