Cansada y rezongando estaba la parca. Enfadada, muy harta de tanto esperar. Por eso es que a ella misma se preguntaba: ¿Por qué demonios dejaron de cocinar? Hace mucho que no saboreo ninguno de sus platillos, ya tienen un año que no me vienen a convidar. Tendré que averiguar qué está pasando con ellos, y si veo que no guisan por pura flojera, a todos me los voy a llevar. Y así, muy molesta, la Muerte aterrizó en Culiacán. Pronto empezó a buscar a los conviteros afuera de Catedral, en las mesas de la Maroma y los cafés de la colonia Chapultepec; pero, a pesar de su esfuerzo y determinación, a ninguno de ellos halló.
Así pues, caminaba nerviosa y con la guadaña bien afilada, cuando vio salir del Colegio de Sinaloa a la Ceci Guerrero y pensó: ¡Ah, miren, aquí anda este periquito australiano! Ahorita lo agarro bien fuerte y lo hago cantar. ¡A ver, dime tú, le dijo, y no metas boruca, porque te espanto! Tú hace más de seis meses que a todos nos prometiste hacer una rica comida cubana y luego te hiciste la occisa. ¡Ahora te guardo en este ataúd y te llevo pal camposanto!
Luego supo que Fernando González estaba estudiando Derecho y en un Uber se fue veloz a buscarlo en los pasillos y los salones de la Facultad. Cuando lo vio, le dijo quedito al oído: tu sólo el pato Pekín me has preparado. Ya no cocinas, sólo juegas con tus amigos al dominó. Por eso, y por comer fritos y chetos, ahora te mando directo al panteón.
Luego se fue al mercado Garmendia, a preguntar por Óscar Lozano y la Paty Ibarra. Vinieron a vender unos quesos, le dijeron, pero se fueron en moto a Cerritos. A esos dos les traigo ganas, murmuraba la Flaca, porque ya no cocinan, ¡ahora meditan!. Ya no usan la estufa, tampoco preparan pozole seco, sólo suben y bajan como locos el Tepozteco. Por esto, la huesuda los pepenó del sombrero y con un sólo golpe, en una tumba, juntitos los acostó.
¿Quiénes me faltan, a que otros debo enterrar?, se decía, irritada la Parca. Bueno, están Sergio y Laura, que siempre son muy aplicados cuando cocinan, pero ya tienen rato que no agarran una cazuela porque se llevan malitos. Pasan horas, días completos en Salud Digna y la Clínica Cemsi; y cuando no tienen gripe, les da picazón. Al infierno los mando, a ver si así agarran razón.
Sólo quedaba Mariza, pero al ver este desastre, corriendo se fue a tomar un camión. Temblando llegó a la Central de autobuses, se subió a un Unidos de Sinaloa y volando se fue a Mazatlán. La Huesuda la miraba y sonriendo se decía: Miren, ¡ésta cree que a mí me va a engañar! Y así, en la caseta de cobro de Mármol, ahí bajó a esta pata salada y bien encobijada la sepultó.
Vuela, vuela palomita, párate en aquel guamuchil, ve y diles a todos los conviteros que nada más a Carlitos, por componer estos rítmicos versos, la Muerte lo perdonó. Es más, la Huesuda estaba con él tan contenta, que hasta un rico mole poblano con arroz blanco le preparó.